Serie FAUNA LATENTE
(2012)
“No haber nacido animal es mi secreta nostalgia.
Ellos a veces llaman de lejos a muchas generaciones y
yo sólo puedo responder sintiéndome inquieta. Es la llamada.”
Clarice Lispector
En las cuevas de Lascaux o las de Les Trois Frères se conservan los testimonios más antiguos de lo que hoy llamamos arte. Y son imágenes de leones, osos y toros, entre otros. De ahí en más la unión entre el hombre y los animales ha sido registrada en todas las manifestaciones artísticas, aún en aquellas más radicales como la performance. Las más reconocidas de la posguerra fueron las de Joseph Beuys con la liebre y con el coyote; en la primera intentaba “explicarle el arte a una liebre muerta”, pues decía que esto era más fácil que convencer a un hombre obstinadamente racionalista. En la otra, I like America, America likes me, el alemán dramatizó el encuentro con el instinto, aquello que los humanos acorralamos en los animales y desprestigiamos en los humanos. Le gustaba recordar que nosotros también somos parte de la naturaleza y por lo tanto colmados de instinto. En esta misma senda se inscribe la serie Fauna Latente de Julieta Anaut. El collage fotográfico le permite crear escenas de corte surrealista, un mundo mágico con animales que dialogan y conviven con los personajes, todos femeninos. Como lo hizo el pintor romántico Caspar David Friedrich en sus cuadros, Julieta también recurre a las ruinas de un templo cristiano para demostrar el carácter sagrado de su mensaje. El pintor romántico había renunciado al dogmatismo de la religión y pensaba que el misterio de la creación estaba en la naturaleza y no en la iglesia. De modo análogo Julieta –en algunas de sus obras- ubica a sus personajes en un escenario que tiene como fondo la iglesia abandonada, estableciendo una sacralidad no institucionalizada.
Todas las mujeres de las fotos de Julieta tienen algo de santidad, a veces cristiana, a veces pagana. En Santuario dorado se observa una mujer con cuernos de ciervo descansando (meditando quizá) en un paisaje montañoso, más atrás hay dos estatuas broncíneas que parecen objetos de adoración, una es el rostro de una mujer de cuello alargado y la otra un bovino echado. La “mujer cierva” nos remonta a los primeros tiempos de la humanidad, más precisamente al Paleolítico, cuando el rápido crecimiento de la cornamenta aludía a la fase creciente de la luna y por lo tanto el principio generador de vida. Así, la fuerza fecunda de la diosa tomó forma de serpiente, perro, pez, mariposa, abeja y otras tantas epifanías. Las aves aparecen una y otra vez en las fotos de Julieta, quizá como una metáfora del alma que emprende el vuelo, aunque hay algunas simbologías más precisas, como la lechuza atributo de la sabia Palas Atenea. Iguanas, perros, cuervos y otros tantos animales circulan en Fauna Latente, en las fotos de Julieta aparecen como pares de la mujer como iguales, y no como las bestias que Dios había creado para ser dominadas por el hombre, tal como sostiene el Génesis. Las obras de Julieta logran que paisaje, mujer y fauna recuperen aquella unión mística que nos integraba al universo, el “unus mundus” de los alquimistas.
Julio Sánchez, Buenos Aires, 2012.
Texto curatorial de la serie para la exposición individual “Fauna Latente” en Centro Cultural Viedma (Río Negro), Museo Municipal de Bellas Artes Juan Sánchez (Río Negro), 2012, y Museo Municipal de Bellas Artes Dr. Urbano Poggi (Santa Fe), 2013. Proyecto desarrollado con Beca individual de creación del Fondo Nacional de las Artes. Publicado en el catálogo Fauna Latente, 2012.